¿Por qué regular los mercados de servicios educativos? 11 razones
Escribe: Hugo Ñopo
La temporada escolar no llega sola. Viene con preocupaciones por los
precios de las matrículas y las pensiones de los colegios. Entre las voces
alarmadas no faltan quienes piden regular los precios en los mercados
educativos. No obstante, lo que esas voces ignoran es que muchas veces ello
puede hacer más daño que bien. La regulación de precios no tiene por qué ser el
único camino para mejorar el funcionamiento de un mercado.
Como bien dijo Jean Tirole, un estudioso de los mercados imperfectos,
en una entrevista brindada apenas supo que recibiría el premio Nobel: “…(la
regulación) es específica para cada industria. La manera en que se regula
tarjetas de crédito no tiene nada que hacer con la manera en que se regula la
propiedad intelectual o los ferrocarriles. Hay muchos factores idiosincráticos.
Esto es lo que hace todo tan interesante.”
Entonces, ¿cómo regular el mercado de servicios educativos? Una buena
respuesta a esta pregunta requiere primero entender cómo funciona este mercado
específico. ¿En qué medida difiere del modelo de competencia perfecta? ¿Qué
fallas tiene?
A continuación, un listado de 11 razones por las que los mercados de
servicios educativos difieren del mercado ideal con competencia perfecta. Un
punto de partida de estos argumentos fue publicado primero en este artículo y
ahora es parte de un estudio que actualmente llevo a cabo con mi colega María
Balarin, de GRADE. Aunque algunas de estas fallas no son exclusivas de los
mercados de servicios educativos, en conjunto hacen que el mercado de la
educación sea tan particular
1.La entrada y salida de los agentes no es libre, tiene fricciones.
Los colegios y los padres de familia enfrentan barreras, tanto a la
entrada como a la salida. Varios hemos pasado por la experiencia de buscar
colegios y sabemos cuan difícil es encontrar vacantes. Los promotores de
colegios saben muy bien que entre la decisión de abrir un colegio y el momento
de efectivamente comenzar a operar transcurre mucho tiempo. Algunas de estas
barreras limitan la competencia, con la consecuente implicancia de pérdidas
sociales. Pero algunas otras, aunque parezca irónico, resultan ser positivas
para la sociedad. En el modelo de competencia perfecta sobreviven solo las
empresas competitivas, las que no lo son desaparecen del mercado. Sin embargo,
en un mercado educativo, el costo social de la desaparición de un colegio es
grande. La desaparición de un colegio no siempre es un evento deseable.
2. Hay problemas de información asimétrica.
La información sobre la calidad que maneja un colegio es diferente a la
que maneja un consumidor potencial (padre de familia o estudiante) y es
distinta a la que maneja un consumidor actual. Un director de colegio, o sus
profesores, son conscientes de las limitaciones que pueda tener su propuesta
educativa. Sin embargo, no están dentro de sus propios intereses que estas posibles
deficiencias se transparenten frente a todos. Para los padres de familia que
están buscando colegio para sus hijos por primera vez, no existe una fuente de
información accesible, amigable y confiable que les pueda ayudar en la toma de
decisiones.
3. La calidad del servicio es difícil de observar o medir.
Las dimensiones relevantes de la calidad son muchas, pero no todas son
fácilmente observables. Si bien es posible medir con cierta confiabilidad los
logros de aprendizaje de los estudiantes en matemáticas, lectura, historia,
ciencias y otras materias, es más difícil medir los resultados de los
estudiantes en pensamiento crítico, innovación, capacidad de trabajar en
equipo, perseverancia y en un conjunto amplio de habilidades socioemocionales
relevantes para el éxito futuro de sus estudiantes. Mencionar la palabra
“futuro” me lleva a la cuarta particularidad de los mercados de servicios
educativos.
4. La calidad se revela después de la provisión del servicio, mucho
después de haber terminado la transacción.
El éxito de un proyecto educativo se revela algunas décadas después de
que los estudiantes abandonaron las aulas. La respuesta a la pregunta “¿qué tan
bueno es tal o cual colegio?” finalmente se responde mirando la trayectoria de
vida de sus egresados. ¿A qué universidades fueron? ¿Qué tan buenos
profesionales son? ¿Qué tan buenos ciudadanos son? Sin embargo, para ese
entonces, la transacción económica por el servicio educativo ya terminó y queda
poco lugar para el reclamo por parte de los padres de familia.
5. Aún con información completa y simétrica para todos los agentes, los
seres humanos cometemos errores sistemáticamente.
No siempre actuamos como el agente racional que se asume en los modelos
de competencia. Los padres prestan atención a factores que no necesariamente
están directamente vinculados con una mejor calidad educativa. Un ejemplo: el
número de materias. Esta “racionalidad acotada” viene siendo advertida por la
literatura de economía del comportamiento, con resultados muy interesantes (Kahneman
2002 y varios seguidores). La buena noticia que traen estos avances es que es
posible mejorar las decisiones de las personas con ciertos estímulos (“nudges”)
que los llevarían a elegir mejores resultados.
6. Hay un agente particularmente grande que puede mover el equilibrio
del mercado con su accionar: el Estado.
Uno de los supuestos centrales de la competencia perfecta es que ningún
agente tiene el poder suficiente para determinar que el mercado se mueva según
sus decisiones. En educación esto es distinto. El Estado, dado su tamaño,
determina ciertos estándares y precios. Una de las decisiones que resulta
fundamental es la de los salarios de los docentes. Si el Estado decide subir
los salarios de sus docentes, al colegio privado no le queda mucha opción al
respecto. Necesitará subir los salarios de los docentes que desea mantener.
7. La educación adquirida se convierte en un bien posicional.
En los mercados de trabajo, no basta con que un individuo esté
capacitado para una posición. Es importante que el individuo esté mejor
capacitado que el resto de sus competidores. Así, no solamente importa el
consumo de un servicio educativo en términos absolutos (en términos de qué
calificaciones adquiere el individuo), sino también en términos relativos (en
relación a qué calificaciones, por encima de sus potenciales competidores,
adquiere el individuo). Esto impone serios retos para la determinación natural
de precios competitivos en los mercados.
8. El servicio educativo genera un bien público.
Esto es algo que el propio Adam Smith tenía claro al decir que el ser
parte de una sociedad “letrada y numerada” era un bien público. El que se
formen más ingenieros, médicos o docentes genera bienestar para toda la
sociedad. Por esto, el costo de la formación de un individuo no debería ser
solo responsabilidad del individuo o su familia. La sociedad, al ser
beneficiaria última de esta formación, debería asumir también parte del costo.
9. La calidad del servicio educativo no depende solo del proveedor.
Esto marca una diferencia muy importante entre el mercado de servicios
educativos y la mayoría de mercados de servicios. La calidad el servicio de la
cafetería en la que estoy mientras escribo estas líneas depende
fundamentalmente de la cafetería misma: sabor y temperatura del café, calidad
de los muebles, iluminación, ventilación, atención del personal, etcétera. En
el servicio educativo, no obstante, el esfuerzo del estudiante y su familia,
importan. Más importante, las condiciones socioeconómicas de las familias de los
estudiantes importan. Esto genera una inequidad importante en las
oportunidades; la cual, si no es tomada en cuenta a tiempo, perpetúa la
inequidad de los resultados económicos.
10. La frecuencia de las transacciones importa
En gran medida, nuestra experiencia como consumidores se construye
sobre la base de hacer transacciones. En alguna de ellas acertamos, en otras
erramos. La contratación del servicio educativo es mucho más esporádica que la
de otros servicios. En algunos casos, la decisión sobre a qué colegio enviar a
los hijos sucede una vez en la vida. Los consumidores del servicio educativo
difícilmente pueden adquirir gran experiencia acerca de las mejores maneras de
buscar y contratar el servicio. Y el eventual error de contratar un mal
servicio educativo puede ser muy caro, con impactos en la vida de las personas.
11. Hay externalidades.
Un estudiante aprende no solamente de los profesores y tutores que
provee un colegio. Aprende también, y en una gran medida, de sus compañeros de
clases. Aquí radica gran parte de la riqueza del proceso educativo, en esto que
la literatura llama los efectos de pares. Estos dan cuenta de una de las
sinergias más importantes que se genera en el proceso pedagógico.
Potencialmente, además, se trata de una de las más peligrosas, pues
eventualmente perpetuaría inequidades.
Para el final, el elefante en el salón. Oliver Hart, un estudioso de la
teoría de los contratos, en esta entrevista, también ofrecida a pocas horas de
enterarse que recibiría el Nobel, dijo algo apunta a un problema que
probablemente esté en el corazón de los mercados de servicios educativos: “Creo
que puede haber problemas si las escuelas buscan ganancias y una solución es
que no tengan fines de lucro”. Así pues, es difícil pensar que una empresa con
fines de lucro sea capaz de ofrecer la mejor educación posible. Cualquier
centavo que vaya a engrosar las utilidades del negocio es un centavo que pudo
haber ido a la mejora de la calidad educativa ofrecida a nuestros estudiantes.
Aquí vale la pena recordar que precisamente esto último es el objetivo central de
la política pública en esta materia: proveer educación de la mejor calidad para
todos.
El lector se preguntará si este listado ya es suficiente para comenzar
a diseñar el conjunto de intervenciones/regulaciones óptimas para los mercados
de servicios educativos. Lamentablemente la respuesta es aún no. Es necesario
añadir a estas consideraciones conceptuales una buena dosis de contexto. ¿Qué
especificidades tiene la realidad local? ¿Qué buenas prácticas internacionales
son adaptables a esta realidad? Son algunas de las preguntas que guiarían los
próximos pasos.