lunes, 30 de mayo de 2016

Reflexiones sobre la campaña presidencial 2016

Amor por el Perú

Escribe: Carmen McEvoy. Historiadora

Reflexiones sobre la campaña electoral.

Sumamente violenta –especialmente a nivel verbal– ha sido la última campaña electoral que esta semana llega a su fin. No alcanza la dimensión de la de 1872 –que culminó con un presidente asesinado a balazos y un ministro de Guerra y dos de sus hermanos colgados del campanario de la Catedral de Lima– pero igual ha suscitado pedidos de tregua.

El problema es que las campañas electorales son el fiel reflejo de cada sociedad. La oportunidad que ellas tienen para exorcizar sus demonios y saldar cuentas con un pasado irresuelto que –como el nuestro– siempre vuelve para atormentarnos. Pienso, por ejemplo, en la corrupción que destruye a nuestras instituciones, en el crimen organizado que no perdona ya ni la vida de bebes durmiendo en los brazos de sus madres, en el narcotráfico que se perfila como el primer grupo de interés económico, en nuestra poco estudiada tendencia hacia la destrucción y en la falta de amor por la República del Perú.

Hasta la fecha hemos visto todo lo imaginable: tesis plagiadas que ya nadie recuerda, un jurado electoral que no se comportó a la altura de las circunstancias, candidatos que subieron y bajaron por el palo encebado de las encuestas, traiciones, denuncias, pocas ideas y mucha farsa. Pero lo más destacable es el despliegue de dinero y recursos, inédito en nuestra historia electoral.

La interminable serpiente de camionetas, buses y carros último modelo movilizados por Fuerza Popular en Puno bajo la batuta de Joaquín Ramírez, supuesto lavador de dinero ligado al narcotráfico, es solo comparable a las caravanas majestuosas para recibir a Keiko Fujimori, financiadas por un cacique selvático acusado, también, de narcotráfico y lavado de activos. Terrible obscenidad en un país pobre y que debiera llamarnos a la reflexión. A la preocupación por el surgimiento de una plutocracia lumpenesca que no entiende de democracia y para la cual el amor al Perú es una idea esotérica.

“Sirve a tu país; busca la excelencia”. Esta sentencia, en medio de la feria de improperios, cinismo y pobreza de ideas que ha sido esta campaña –la más vergonzosa de nuestra historia republicana– me conmovió profundamente. Su madre se la dijo a Pedro Pablo Kuczynski antes de morir. La señora no había nacido en el Perú pero abrazó a nuestro país como suyo y vivió con su esposo en el leprosorio de San Pablo, en lo más recóndito de nuestra Amazonía. Su hijo Pedro Pablo, a sus 77 años, sigue dando batalla –quizás sosa y a veces en cámara lenta– por ese Perú mágico que recorrió de la mano de sus padres. La historia puede parecer irrelevante en la era de la ambición y la violencia desmedida, pero es bueno recordarla.

José Chlimper, vicepresidente de la fórmula de Fuerza Popular, declara que él no recuerda lo que ocurrió hace veinte años y yo como historiadora me permito discrepar con su ingenuo presentismo. A mí la memoria me sirve de ancla en la alegría y en la adversidad. Quizá porque ella se originó en un hogar punteño donde mi padre, un hombre bueno y honesto, me enseñó a recordar los eventos que forjaron al Perú que él tanto amaba.

La historia más poderosa que mi padre me contó fue sobre la temprana partida de José Faustino Sánchez Carrión, quien murió luego de organizar la campaña militar que culminó en el triunfo patriota en Ayacucho. Cayetano Heredia, el insigne médico peruano, le hizo la autopsia y luego escribió que su pena era inconmensurable al reconocer el cuerpo inerte de un liberteño que amó y sirvió al Perú hasta el final.

Recordando a Sánchez Carrión, a mi padre y a tantos patriotas anónimos que se inmolaron por la República, les pido a mis conciudadanos que voten con memoria y con amor. Nuestro Perú milenario merece el destino grande y digno que los padres fundadores soñaron para él hace ya 200 años.


Fuente: El Comercio

miércoles, 18 de mayo de 2016

Lima, la intransitable

Lima, la intransitable

Tomado de: Punto Edu

Mientras los limeños vemos cómo las reformas de transporte se tornan confusas, nuestra cotidianidad se torna intransitable. Especialistas de la universidad analizan el enfoque de las acciones que han determinado el diseño de nuestro sistema de transporte público.

Vivir en la Lima en los noventa significó asistir al nacimiento de la informalidad en el transporte. Fue en julio de 1991 cuando el gobierno de Alberto Fujimori promulgó el Decreto Legislativo 651, con el propósito de promover la libre competencia y tarifas en el transporte urbano e interurbano. Luego, en octubre de 1992, se promulgó la Ley N° 25789, que derogaba todas las restricciones a la importación de vehículos usados.

El Mg. Israel Cabrera, docente del Departamento de Ingeniería, reconoce esta época como la que marcó el inicio de la informalidad en el transporte. “El origen de todo es esta época en la que Fujimori desregulariza el sistema de transporte. Nacieron las cústeres y los limeños aprendimos a trasladarnos en combis. Cualquier persona podría comprar un vehículo y salir a la calle, libremente, a brindar el servicio. Teníamos una sobreoferta que hasta hoy sobrevive”, dice.

De eso ha pasado 25 años, en los que hemos sufrido a diario los problemas de la informalidad en nuestro sistema de transporte: altos índices de accidentes, caos, pérdida de horas/hombre, estrés o interminables cuellos de botella, sobre todo en horas punta. Según el VI Informe de Percepción sobre Calidad de Vida 2016, realizado por la organización Lima Como Vamos, el 49% de limeños considera que el transporte es uno de los principales problemas de la ciudad y el 64% se encuentra insatisfecho con la forma en que funciona.

Los intentos para solucionar este problema se traducen, sobre todo, en la construcción de vías rápidas y ampliación de carriles en distintos puntos de la ciudad. La puesta en marcha del Metropolitano y el Metro de Lima, así como el planeamiento de los corredores viales también son parte de una reforma, pero la forma en la que se ejecuta no está libre de cuestionamientos.

Reino del automóvil

El Dr. Pablo Vega Centeno, docente del Departamento de Arquitectura, considera que esto se debe, entre varios factores, a que la prioridad de circulación del automóvil particular nunca ha sido puesta en discusión. “Lima sigue siendo una ciudad pensada para priorizar la circulación del transporte privado o taxis, aunque este represente menos del 15% del total de viajes”, dice Vega Centeno. Según él, es esta idea la que lleva a priorizar el concreto sobre planes más complejos lo que supone muchas desventajas: “Los costos de un paso a desnivel son mucho más altos que los de buenas implementaciones en líneas de transporte público, pero el concreto es parte de los íconos de modernidad”.

Entonces, las apuestas más agresivas siguen siendo los bypasses, aunque esta ha dejado de ser una opción para el resto del mundo. “Mientras las ciudades están demoliendo viaductos para ganar espacio para la gente, en Lima estamos actuando al revés. Estamos utilizando políticas viales que eran legítimas hace 50 años”, explica Vega Centeno.

El profesor Israel Cabrera coincide con él al señalar que “no hay una visión de lo que se quiere para la ciudad y se trata de arreglar el problema del transporte con pastillas para el dolor y es ahí donde el bypass es lo típico. Si le preguntas a cualquier ciudadano cómo se arregla el problema de la congestión, te va a decir: ‘construyendo un paso a desnivel’, pero esa no es la solución”. Cabrera destaca que, para arreglar el transporte público, se necesita planificar una red en toda la ciudad, pero a través de diferentes recursos, como buses, trenes, tranvías, teleféricos, etc.

Por su parte, el Mg. Juan Carlos Dextre, jefe del Departamento de Ingeniería, añade: “El sistema debe ser concebido para que no desaparezca el transporte pequeño. Por ejemplo, los mototaxis, que jalan a la gente para que baje del cerro, donde no llegan buses ni Metropolitano. Lo que está mal es que ese transporte pequeño haga un viaje hasta el centro de la ciudad porque ahí genera problemas: congestión, contaminación, pérdida de horas/hombre, etc.”

Analizando las reformas

Pero hemos tenido avances. Pablo Vega Centeno considera que en la gestión anterior hubo un debate y sensibilidad para hacer cambios del transporte, “pero fueron tímidos y tardíos, pues se empezó a pensar en el transporte casi terminando el segundo de los cuatro años de gestión. Hubo una intención para la reforma, pero solo se terminó diciendo ‘mejoremos el transporte público, pero no molestemos al transporte privado’. No ha habido una gestión plenamente eficiente ni convencida por la realización de ese tipo de transformaciones”.

El profesor Israel Cabrera es más crítico. “No tenemos un sistema de transporte. La ciudad es un sistema complejo, la movilidad, también; y todo ha estado funcionando de manera adaptativa. Cuando se creó el Metropolitano fue como el inicio de lo que iba a ser una red de transporte adecuada, pero la demanda ha crecido tanto que hay algunas cosas que revisar sobre el funcionamiento del sistema”, dice.

El Metropolitano, según Juan Carlos Dextre, atiende a, por lo menos, “700 mil pasajeros diarios, que es más del doble de lo que carga la línea 1 del Metro”, y es esta cantidad de demanda la que hace más evidente las deficiencias de su implementación. Dextre añade que la vía que ocupa el Metropolitano debió destinarse para el sistema del Metro de Lima.

En ese sentido, el profesor Cabrera apoya esta propuesta y afirma que por ahí debería pasar el tren porque es la zona con mayor demanda de la ciudad. “El Metropolitano es un sistema importante, pero de capacidad limitada y ya está próximo a cubrir la capacidad que puede tener”, dice. Y añade: “El Metropolitano tiene serias fallas. Faltan buses, hay un problema de la redistribución y en los horarios de los buses. Si ese sistema no da para más, se necesita otro, por eso se requiere una red que sostenga la movilidad. Una persona debe tener opciones para trasladarse, no solo el Metropolitano, porque eso no va a solucionar el problema de ciudad, tiene que ser una red”.

La falta de conectividad entre el Metropolitano y el Metro de Lima es otro problema. Sobre ello, Vega Centeno dice: “Se ha buscado hablar del Metro por la imagen de modernidad, pero no sé en qué medida este Metro esté insertado en una política de transporte que ayude a mejorar la movilidad en la ciudad”.

Al respecto, Dextre señala que al priorizar el Metropolitano o el Metro se ha descuidado el transporte de superficie. Es decir, los buses. “La importancia de los buses es muy grande, pues transportan a más del doble de gente que el Metro de Lima o el Metropolitano. Si queremos que el transporte público mejore significativamente, el gobierno central debería apoyar al municipio con presupuesto para que se mejore este sistema”, sostiene. Lo que el especialista propone es que se apueste por un subsidio adecuado que promueva una gran red de transporte de superficie con pasajes a menor costo. Asimismo, el jefe del Departamento de Ingeniería señala que hay un gran problema de planificación a largo plazo. “No se puede esperar cambios de un día para otro, hay que plantear plazos y medidas a las que podamos adecuarnos. Pero hay que plantearse plazos razonables”, refiere.

Este tema nos lleva directamente a interpelar la planificación de la ciudad. Vega Centeno considera que no solo tenemos que preguntarnos por qué el transporte es ineficiente, sino por qué es necesario viajar trechos tan largos para realizar actividades cotidianas vitales, trabajar o estudiar. “¿Por qué no hay la posibilidad de que estos viajes sean más cortos? Esto nos permite pensar la planificación de la ciudad ¿Por qué no hay más concentración de oferta de servicios públicos o de oportunidades laborales? Lo único que se ha descentralizado es la oferta de centros comerciales”, dice.

Gestiones y política

Los especialistas coinciden en que son las decisiones políticas las que se sobreponen a las técnicas. Israel Cabrera considera que, “aunque podemos aspirar a una mejor ciudad, el limitante en el Perú es la política, ya que no estamos acostumbrados a que la gente entre al gobierno y continúe con las ideas buenas del periodo anterior”.

El profesor Juan Carlos Dextre concuerda con ello: “Me parece que algo que nos hace daño como ciudad y país es que tratemos de identificar determinadas reformas con una gestión. Eso nos lleva a una pelea política inútil. Los servicios de transporte público no son de uno ni de otro, son de la comunidad”.

En ese sentido, ambos reconocen que el gran problema, al planificar la ejecución de obras, es que estas sobrepasan una gestión y las autoridades quieren algo que en su periodo les permita decir que hacen cosas, no algo que los sobrepase. Bajo esa lógica, lo único que sobrepasa las gestiones municipales es el caos con el que la ciudad convive a diario con su sistema de transporte.


Fuente: Punto Edu

lunes, 16 de mayo de 2016

El rol del Estado en la educación superior privada

Indispensable (e irrenunciable)

Escribe: Jaime Saavedra Chanduví, Ministro de Educación

El rol del Estado en la educación superior privada.

En una encuesta reciente de Ipsos (nacional; urbano y rural), el 84% de los peruanos está de acuerdo con que el Estado establezca y fiscalice estándares básicos de calidad que toda universidad debe cumplir. ¿Por qué esa opinión tan mayoritaria? Porque hay ya una conciencia de que la manera como hemos organizado nuestro sistema universitario ha sido desastrosa y tiene que cambiar.

La universidad es motor de desarrollo y prosperidad. Toda universidad debe interiorizar que su rol va más allá de formar profesionales. Forma también ciudadanos responsables de construir su futuro y el futuro del país. Establece también comunidades académicas que mueven la frontera del conocimiento y avanzan en la solución de nuestros problemas de desarrollo. Como país, cometimos el error de descuidar ese rol de la universidad.

En 1996, con el Decreto Legislativo 882 se dio inicio a una desenfrenada (y hasta caótica) expansión de universidades privadas sin fines de lucro (asociativas) y con fines de lucro; cubrieron una demanda desatendida, dado el repliegue de las universidades públicas en el marco de severas restricciones fiscales. Se crearon o expandieron excelentes universidades privadas. Pero también universidades privadas baratas de dudosa calidad.

Si bien, como argumentan algunos, esto ha permitido que peruanos de pocos recursos puedan acceder a una universidad, al mismo tiempo se ha generado una gran inequidad en el acceso a educación de calidad. Quien tiene dinero para pagar una buena universidad, tiene mayores chances de acceder a una buena educación (inequidad parcialmente compensada por los programas de becas con que ahora cuenta el país).

¿Quizá esas universidades baratas son una buena inversión? No necesariamente. Muchas universidades privadas, principalmente aquellas con fines de lucro, no son selectivas, y aceptan postulantes sin mayor filtro. Tomemos como ejemplo la carrera de Administración de Empresas y veamos cuánto ganan sus egresados en los primeros cinco años. Los egresados de las tres universidades privadas con fines de lucro más grandes (con un costo para la familia) ganan en promedio 2.000 soles mensuales, los de las tres universidades públicas más grandes (con un costo para la familia cercano a cero) ganan 2.200 soles. Y los de las tres universidades asociativas privadas más grandes (que usualmente tienen pensiones más altas) ganan 3.300 soles.

Claramente, estamos en un sistema en el que     –en general– ir a una universidad pública gratuita resulta un mejor negocio que pagar por una universidad con fines de lucro (notar que es común –a nivel internacional– que estas universidades tengan menos profesores de planta). Tenemos un sistema en el que quien tiene más recursos puede ir a las mejores universidades, y el que no tiene, puede quedarse atrás.

Información laboral como la mencionada ya está disponible (www.ponteencarrera.pe) y es muy útil para que los jóvenes puedan tomar mejores decisiones. Pero eso no es suficiente. Hay múltiples razones por las cuales muchos países ven la necesidad de regular y asegurar que toda la oferta sea de calidad aceptable. Aquí menciono dos. Una primera razón es que la información es asimétrica e imperfecta. La universidad sabe lo que ofrece, pero el joven rara vez tiene toda la información sobre la calidad de lo que adquiere. La calidad de una universidad es difícil de observar, una parte se ve en la experiencia que se vive a lo largo de los años. Pero la calidad real se ve en el futuro, cuando los egresados buscan trabajo. Una decisión mal tomada implica cinco años de sus vidas que nunca se recuperan.

La segunda razón es lo que los microeconomistas llaman racionalidad acotada. Aun con información perfecta, nos equivocamos. Preferimos el presente al futuro. Y la información que se recibe a veces se procesa para confirmar lo que se quiere escuchar.  Las universidades pueden crear una imagen de que se vive una experiencia rica y que seduce al joven (el márketing no siempre es sinónimo de información de calidad). Algunas han creado el estereotipo de que son el camino al éxito y los estereotipos son difíciles de cambiar.

La visión de que el sistema universitario es un mercado que opera como cualquier otro es incorrecta. El mercado de restaurantes puede autorregularse eficientemente. Vas a un restaurante, y si es malo, no vuelves a ir; y, eventualmente, el restaurante cierra. Esto no tiene mayores costos sociales. Pero en educación queremos inversiones de largo plazo que provean una educación de buena calidad. No queremos universidades que abran y cierren, retirar del mercado a un mal servicio educativo tiene un costo social muy alto. Al mismo tiempo, tampoco queremos jóvenes que pierdan años valiosos de su vida.

Tenemos entonces una gran tarea. Dado que el Perú ha optado por permitir y facilitar la inversión privada en educación superior –incluyendo, a diferencia de muchos otros países, la inversión con fines de lucro– se requiere mantener y fortalecer los mecanismos de supervisión y monitoreo, respetando escrupulosamente la autonomía universitaria, para que donde exista oferta privada, esta sea de buena y –ojalá– de excelente calidad.


Fuente: El Comercio