EL SUICIDIO DE UNA GENERACIÓN
“Los jóvenes deben firmar el recambio
sobre el féretro de la corrupción y el mesianismo”
Escribe: Julio César Mateus
El suicidio de Alan García tuvo un
carácter épico y encendió la controversia como, seguramente, él había previsto.
Así también, su acto fue el tiro de gracia a una generación de políticos que
estaba agonizando, a quienes no unen las edades o las ideologías, sino la
sombra de la corrupción. Algunos de sus exponentes intentarán aparecer de nuevo
en el escenario político y participar en elecciones, pero ya no serán más que
zombies con olor a cárcel. El próximo Congreso, completamente renovado, podrá
asociar a la generación Lavajato con lo peor de la política.
A la caída de esa generación le acompaña
el surgimiento y consolidación de nuevos lideres nacionales. Más allá de
nuestras banderas, gustos y disgustos, los políticos de la nueva hornada son
Salvador del Solar, Julio Guzmán, Verónica Mendoza, George Forsyth, Kenji
Fujimori y otros que queremos ver llegar. El gatillo de Alan García definió un
lugar en el espacio-tiempo histórico para una nueva generación de
protagonistas. A los políticos de su misma generación, Alan García los llamó
miserables en su carta de despedida. No sabemos aún si los nuevos serán mejores
que los anteriores, pero queremos creer que no hipotecarán el país por dinero y
poder.
A pesar de las nostalgias y los anhelos
de los apristas que llenaron la Casa del Pueblo en el velorio de su líder, los
partidos políticos del siglo pasado ya no van a resucitar. Augusto Ferrando y
Chacalón tuvieron mucha más gente buscando su ataúd. La fuerza que está
apagando los partidos políticos es más grande y poderosa que la muerte de Alan
García. La capacidad limitada del Estado para resolver los problemas
cotidianos, la desconcentración del poder político entre muchos actores
diversos, y el efecto de las redes sociales en ciudadanos más (des)informados y
más indignados, demanda reinventar las formas de (re)presentarnos
políticamente.
Derivado de lo anterior, el suicidio
más seguido por los medios peruanos confirma que la política y el espectáculo
se han vuelto inseparables. Los políticos por venir son futbolistas o actores
de cine, si no se presentan rodeados de comics para recibir más likes. Se auguran
políticos que serán producto de un manual de marketing. El equilibrio entre la
política y el espectáculo puede ser el desafío público más importante del siglo
que recién empieza. Los nuevos políticos no podrán dejar de discernir entre lo
necesario y lo superficial para ganar audiencia. Se hallarán en el permanente
dilema de abandonar una reforma porque carece de impacto mediático.
Los nuevos aires de la política peruana
heredan pendientes históricos que la generación recién enterrada no supo, no
pudo y no quiso resolver. Las inequidades económicas, sociales y étnicas son
nuestras verdaderas cadenas al pasado. Los rostros que entrarán --que
entraremos-- a hacer política, deben ver el Perú desde las regiones. Cuando
Alan García toma su última decision, el Presidente del Perú proviene de una
región fronteriza lejana a Lima. A pesar de las voces apocalípticas y celosas,
nuestro actual gobernante mantiene una aprobación mayor que la de sus
predecesores en su primer año de gobierno. Así, las nuevas generaciones de
políticos pueden ver a las regiones y ciudades como polos de desarrollo ávidos
de liderazgo, tentando alcaldías y gobernaciones que, luego, les permita saltar
a lo nacional.
Con Alan García se despide una
generación que entendió el crecimiento del Perú compatible con sus negocios
millonarios bajo la mesa. Pero él no se suicidó solo porque estaba acorralado
por la justicia. Las investigaciones judiciales abonaban sobre una tragedia,
para él, mayor: que su protagonismo y poder político se estaban apagando. Sabía
que sus recursos políticos no le servían ya para hacerse de gloria. Con su
generación desaparecen el balconazo y el mitin, el militante y el carné. Se
despiden un conjunto de prácticas políticas desfasadas en tiempos de
tecnologías y medios de comunicación descontrolados. Preso de los tiempos, Alan
García se hizo viral a costa de su propia vida. Bien lo dijo Omar Taupier: su último
megáfono fue una bala.
Fuente:
Blog de Elohim Monard