Fraude Adelantado
Escribe: Gustavo Gorriti
En el transcurso de los años –que hace tiempo dejaron de ser pocos – me
tocó cubrir como periodista varias campañas presidenciales en el Perú y
participar como asesor en una y media. He visto la dinámica de campañas en un
país herido, en ruina económica e incierto futuro; y vi también el travestismo
de una dictadura que intentaba maquillarse como democracia, hacer como que
respetaba las normas mientras las violaba, desde las firmas, el voto, los
medios, hasta los jueces y jurados.
Los pobres diablos, que sirvieron al dictador y a su Svengali, tuvieron
una cosa en común: decían ceñirse a los preceptos de leyes y reglamentos
supuestamente elaborados para facilitar el proceso democrático pero en realidad
creados para asegurar la permanencia de la dictadura en el poder. Todo un
complejo proceso de fraude, que utilizó la ley como trampa y como
encubrimiento.
Pero lo que ha sucedido este martes 16, con la resolución del Jurado
Nacional de Elecciones (la 093-2016-JNE), que pretende apartar al candidato
Julio Guzmán de la candidatura presidencial, es un nuevo capítulo en las
acciones de desnaturalización del proceso electoral: el intento de eliminar,
con argucias tinterillescas, a un candidato en rápido crecimiento, que había
concitado en poco tiempo una decisión de voto en su favor que estaba entre el
15 y el 20 por ciento de los ciudadanos.
Es decir que, en una decisión basada en minucias administrativas,
muchas de ellas francamente estúpidas, los miembros del Jurado que votaron a
favor de ese atropello, pretendieron confiscar la decisión de voto de uno de
cada cinco ciudadanos y probablemente – si la proyección de crecimiento se
mantenía de alguna manera– de muchos más.
Esa decisión es nada menos que un atentado contra el proceso
democrático que otorga el poder presidencial mediante el mandato de los votos
de la mayoría de ciudadanos. Sufragio efectivo: eso, en la vibrante expresión
de Francisco Madero, es lo que significa la representación popular: el derecho
libre y auténtico al voto. La frase completa fue: “Sufragio efectivo, no
reelección” y ya sabemos lo que significó ignorarla.
La democracia se define por un conjunto breve de características: el
poder emana del voto ciudadano en elecciones generales periódicas; la mayoría
decide pero respeta los derechos de las minorías. Hay contrapeso de poderes. Se
gobierna de acuerdo con la ley, en su debida jerarquía y con la letra al
servicio del espíritu. El Estado está al servicio de los ciudadanos y no al
revés.
Dado que el poder se ejerce por representación, nada es más importante
que garantizar el pleno derecho de los ciudadanos a ser candidatos a un mandato
público y competir, mediante el voto, por la preferencia de sus pares.
Son realmente muy pocas las razones que justifican limitar o prohibir
el ejercicio de ese primero y fundamental derecho de una democracia: elegir y
ser elegido a través del sufragio efectivo. ¿Cuáles son? Utilizar las
elecciones para intentar destruir la democracia; conspirar contra ella; tener
descalificaciones morales graves, generalmente, pero no siempre, de orden
penal; sufrir incapacidades que hagan imposible desempeñar el cargo público. No
mucho más.
Cumplidos los requisitos de nacionalidad y edad, casi cada persona
tiene el derecho de ser candidato. Puede serlo un plagiario, porque, como dicen
sus defensores, una persona es mucho más que sus plagios. Puede serlo el que
afirma que ‘la plata llega sola’. Puede serlo quien cambia veinte veces su
versión de cómo le llegó, sola o no, la plata a la suegra. Puede serlo la
persona que entró a la política no por su nombre sino por su apellido y que, a
la medida de las necesidades de campaña, se aleja lo suficiente del apellido
para diferenciarse, pero no tanto como para dejar de guarecerse bajo él.
Toda esa gente puede candidatear. Son un conjunto deprimente, pero
pueden candidatear porque tienen el derecho de exponer, exponerse y ser
expuestos en la campaña.
Apenas se necesita imaginación para saber que los aspectos formales,
los requisitos de procedimiento de esas candidaturas están infestados de vicios
que los patéticos miembros del JNE hubieran podido ver con los ojos cerrados.
Pero no lo han visto ni lo verán porque su objetivo no es un proceso
electoral limpio sino uno que fuerce a los ciudadanos a escoger dentro de ese
grupo ruinoso que garantiza el confort de los oligopolios y la ganancia de los
cleptócratas. ¿Suena a panfleto? Es que a veces nada describe mejor la realidad
que el panfleto. Lo fue el año dos mil y me temo que empieza a serlo ahora.
Para mí, el escenario está claro: pensaron que tenían controlado el
proceso electoral y de repente cambió todo. Julio Guzmán empezó a crecer con
rapidez, mientras Toledo se desplomaba, García se salaba con su alianza y PPK
sufría del síndrome típico de las candidaturas de pitucos: que cada cual tira
por su lado mientras él quedaba dormido sobre sus pies, deslizándose cuesta
abajo en las encuestas.
Se rompió el orden previsto y mientras la entropía afectaba al ex
pelotón principal, Guzmán pasaba al segundo puesto y el pelotón pitufo se
galvanizaba. Verónika Mendoza encontraba su voz, en quechua, y su mensaje; y
Alfredo Barnechea le ponía interés y, sorprendentemente, hasta un poco de
trabajo a su candidatura.
Entonces, con la complicidad del Apra, PPK, parte del grupo de Acuña y
todo el elenco de manejadores, consultores y lobiístas, disfrazados en muchos
casos de periodistas, se armó la maniobra para eliminar en mesa lo que
amenazaba seguir creciendo en las calles. Y lo hicieron a la bruta, con el tipo
de razonamiento que provocaría escrúpulos hasta en Azángaro, porque tuvieron
urgencia de hacerlo rápido.
Confiscar la preferencia de voto del 15 o el 20 por ciento de los
votantes, es nada menos que un fraude adelantado, mediante el expediente de
intentar que nimios detalles administrativos abatan el más importante principio
de la democracia: el derecho a elegir.
Hay que impedirlo. Cuando los corruptos blanden lo que dicen es la ley,
es cuando hay que movilizarse. Se esté o no a favor de Guzmán, puesto que no es
la persona sino el principio lo que está en juego.
¿Es Guzmán el dirigente capaz de encabezar la protesta e indignación de
la gente? No lo sé. He conversado varias veces con él, por lo general en mi
oficina, desde meses antes del inicio de la campaña. Le vi varias cualidades
como candidato: ganas, voluntad, trabajo, sentido de organización y hambre de
victoria. Además, me pareció y me parece un profesional inteligente y capaz,
una persona honesta, que concibe genuinamente el poder como servicio público.
De otro lado, lo vi también inexperto, con poca calle, menos esquina,
con un deseo excesivo de complacer, de caerle bien a la gente, y con presencia
poco dominante.
Eso es lo que puede haber animado a la coalición de tramposos a
perpetrar una maniobra tan torpe y tosca. No le tienen miedo. Le ven dientes de
sonreír, no de morder.
Pero, de nuevo, el atropello no es solo contra Guzmán y su agrupación:
es contra todos aquellos para quienes la democracia no es una coartada sino el
valor supremo en la sociedad.
Espero que la sociedad se movilice, que los candidatos limpios lo hagan
también. Y si esa movilización es lo suficientemente intensa, quizá logre un
desenlace inédito y sorprendente: que los dos mejores candidatos que hasta hace
dos meses estaban escondidos en el pelotón pitufo puedan crecer, superar y terminar
disputando entre ellos la segunda vuelta. ¿Difícil? Sí. ¿Imposible? No.