martes, 24 de abril de 2012

Alberto Cecilia al Rey de España

Carta de Alberto Cecilia, investigador español, al rey cazador de elefantes:

dom, 22/04/2012 - 13:29

Querido Juan Carlos,

Me llamo Alberto Sicilia, y soy investigador de física teórica en la Universidad Complutense de Madrid. Hasta el año pasado, enseñaba en la Universidad de Cambridge. Decidí regresar a España porque quería contribuir al avance científico de nuestro país.

A las pocas semanas de llegar, me llevé la primera alegría: Francisco Camps obtenía un doctorado cum laude apenas 6 meses después de dimitir como presidente de la Generalitat. Escribí dos cartas para felicitarle, pero no me respondió. Paco debe estar muy ocupado. Quizás le contrató Amancio Ortega para que diseñe la colección de trajes primavera-verano.

brí la segunda botella de champán al conocer los Presupuestos Generales recién presentados. La inversión en ciencia se recorta en 600 millones de euros. Imagínate que se nos ocurre apostar por la investigación y acabamos ganando un Nobel: quebraríamos el orden geopolítico mundial. Hasta ahora, los Nobel científicos son para británicos, alemanes, franceses o americanos. Nosotros nos llevamos los Tours, los Rolland Garros y las Champions League. Si empezásemos a ganar también en ciencia, ¿qué consuelo quedaría para David, Angela, Nicolas y Barack?

He sufrido la tercera y definitiva conmoción al saber de tu safari. Dicen los periódicos que costó 37.000 euros, dos años de mi salario. Los que nos dedicamos a la ciencia no lo hacemos por dinero. Al terminar nuestras tesis doctorales en física teórica, algunos compañeros se fueron trabajar para Goldman Sachs, JP Morgan o Google. Quienes continuamos investigando lo hicimos por pasión. La ciencia es una de las aventuras más hermosas en las que se ha embarcado la especie humana. Al regresar a España, entendí que atravesábamos una situación económica complicada. Por eso acepté trabajar con muchos menos recursos de los que ofrecía Cambridge y un sueldo inferior al que ganaba cuando era estudiante de primer año de doctorado en París.

Juancar, tengo que darte las gracias. Tu aventura en Botsuana me ha hecho comprender, definitivamente, cómo es el país al que regresé. Regresé a un país donde el Jefe del Estado se va a cazar elefantes mientras cinco millones de personas no tienen empleo. Regresé a un país donde el Jefe del Estado se opera de prótesis de cadera en una clínica privada, mientras miles de compatriotas esperan meses para la misma intervención. Regresé a un país donde el Jefe del Estado se va de vacaciones en jet privado mientras se fulminan las ayudas a las personas dependientes.

Que yo me marche a otro lugar para seguir mis investigaciones no será una gran pérdida para España. No soy el Einstein de mi generación. Pero me desespera pensar en algunos físicos de mi edad que son ya referentes mundiales en las mejores universidades. Muchos de ellos soñaban con regresar un día a España. Teníamos la oportunidad de cambiar, al fin, la escuálida tradición científica de nuestro país. Nunca volverán.

Hemos convertido España en un gran coto de caza. Pero aquí no se persiguen elefantes ni codornices, sino investigadores. Dentro de poco podremos solicitar subvenciones a WWF por ser especie en extinción.

Permíteme terminar con otra cuestión que me turba. En África hay cientos de jóvenes españoles trabajando como cooperantes en ONGs. Chicos y chicas que viven lejos de sus familias porque quieren aliviar el sufrimiento humano y construir un mundo más decente. Si tenías tantas ganas de viajar a África, ¿porqué no fuiste a abrazar a esos muchachos y a recordarles lo orgullosos que estamos de ellos?

Juancar, en tu último discurso de Navidad afirmaste que “todos, sobre todo las personas con responsabilidades públicas, tenemos el deber de observar un comportamiento adecuado, un comportamiento ejemplar”. Y digo yo, si unos meses después tenías planeado ir a cazar elefantes, ¿por qué no te callas?

Dr. Alberto Sicilia.

sábado, 7 de abril de 2012

La caza del gay

La caza del gay

Escribe: Mario Vargas Llosa

PIEDRA DE TOQUE. Lo más fácil e hipócrita es atribuir el asesinato de Daniel Zamudio a cuatro bellacos que se autodenominan neonazis. Ellos no son más que la avanzadilla repelente de nuestra tradición homófoba.

La noche del tres de marzo pasado, cuatro “neonazis” chilenos, encabezados por un matón apodado Pato Core, encontraron tumbado en las cercanías del Parque Borja, de Santiago, a Daniel Zamudio, un joven y activista homosexual de 24 años, que trabajaba como vendedor en una tienda de ropa.

Durante unas seis horas, mientras bebían y bromeaban, se dedicaron a pegar puñetazos y patadas al maricón, a golpearlo con piedras y a marcarle esvásticas en el pecho y la espalda con el gollete de una botella. Al amanecer, Daniel Zamudio fue llevado a un hospital, donde estuvo agonizando durante 25 días al cabo de los cuales falleció por traumatismos múltiples debidos a la feroz golpiza.

Este crimen, hijo de la homofobia, ha causado una viva impresión en la opinión pública no sólo chilena, sino sudamericana, y se han multiplicado las condenas a la discriminación y al odio a las minorías sexuales, tan profundamente arraigados en toda América Latina. El presidente de Chile, Sebastián Piñera, reclamó una sanción ejemplar y pidió que se activara la dación de un proyecto de ley contra la discriminación que, al parecer, desde hace unos siete años vegeta en el Parlamento chileno, retenido en comisiones por el temor de ciertos legisladores conservadores de que esta ley, si se aprueba, abra el camino al matrimonio homosexual.

Ojalá la inmolación de Daniel Zamudio sirva para sacar a la luz pública la trágica condición de los gays, lesbianas y transexuales en los países latinoamericanos, en los que, sin una sola excepción, son objeto de escarnio, represión, marginación, persecución y campañas de descrédito que, por lo general, cuentan con el apoyo desembozado y entusiasta del grueso de la opinión pública.

Lo más fácil y lo más hipócrita en este asunto es atribuir la muerte de Daniel Zamudio sólo a cuatro bellacos pobres diablos que se llaman neonazis sin probablemente saber siquiera qué es ni qué fue el nazismo. Ellos no son más que la avanzadilla más cruda y repelente de una cultura de antigua tradición que presenta al gay y a la lesbiana como enfermos o depravados que deben ser tenidos a una distancia preventiva de los seres normales porque corrompen al cuerpo social sano y lo inducen a pecar y a desintegrarse moral y físicamente en prácticas perversas y nefandas.

Esta idea del homosexualismo se enseña en las escuelas, se contagia en el seno de las familias, se predica en los púlpitos, se difunde en los medios de comunicación, aparece en los discursos de políticos, en los programas de radio y televisión y en las comedias teatrales donde el marica y la tortillera son siempre personajes grotescos, anómalos, ridículos y peligrosos, merecedores del desprecio y el rechazo de los seres decentes, normales y corrientes. El gay es, siempre, “el otro”, el que nos niega, asusta y fascina al mismo tiempo, como la mirada de la cobra mortífera al pajarillo inocente.

En semejante contexto, lo sorprendente no es que se cometan abominaciones como el sacrificio de Daniel Zamudio, sino que éstas sean tan poco frecuentes. Aunque, tal vez, sería más justo decir tan poco conocidas, porque los crímenes derivados de la homofobia que se hacen públicos son seguramente sólo una mínima parte de los que en verdad se cometen. Y, en muchos casos, las propias familias de las víctimas prefieren echar un velo de silencio sobre ellos, para evitar el deshonor y la vergüenza.

Aquí tengo bajo mis ojos, por ejemplo, un informe preparado por el Movimiento Homosexual de Lima, que me ha hecho llegar su presidente, Giovanny Romero Infante. Según esta investigación, entre los años 2006 y 2010 en el Perú fueron asesinadas 249 personas por su “orientación sexual e identidad de género”, es decir una cada semana. Entre los estremecedores casos que el informe señala, destaca el de Yefri Peña, a quien cinco “machos” le desfiguraron la cara y el cuerpo con un pico de botella, los policías se negaron a auxiliarla por ser un travesti y los médicos de un hospital a atenderla por considerarla “un foco infeccioso” que podía transmitirse al entorno.

Estos casos extremos son atroces, desde luego. Pero, seguramente, lo más terrible de ser lesbiana, gay o transexual en países como Perú o Chile no son esos casos más bien excepcionales, sino la vida cotidiana condenada a la inseguridad, al miedo, la conciencia permanente de ser considerado (y llegar a sentirse) un réprobo, un anormal, un monstruo. Tener que vivir en la disimulación, con el temor permanente de ser descubierto y estigmatizado, por los padres, los parientes, los amigos y todo un entorno social prejuiciado que se encarniza contra el gay como si fuera un apestado. ¿Cuántos jóvenes atormentados por esta censura social de que son víctimas los homosexuales han sido empujados al suicidio o a padecer de traumas que arruinaron sus vidas? Sólo en el círculo de mis conocidos yo tengo constancia de muchos casos de esta injusticia garrafal que, a diferencia de otras, como la explotación económica o el atropello político, no suele ser denunciada en la prensa ni aparecer en los programas sociales de quienes se consideran reformadores y progresistas.

Porque, en lo que se refiere a la homofobia, la izquierda y la derecha se confunden como una sola entidad devastada por el prejuicio y la estupidez. No sólo la Iglesia católica y las sectas evangélicas repudian al homosexual y se oponen con terca insistencia al matrimonio homosexual. Los dos movimientos subversivos que en los años ochenta iniciaron la rebelión armada para instalar el comunismo en el Perú, Sendero Luminoso y el MRTA (Movimiento Revolucionario Tupac Amaru), ejecutaban a los homosexuales de manera sistemática en los pueblos que tomaban para liberar a esa sociedad de semejante lacra (ni más ni menos que lo hizo la Inquisición a lo largo de toda su siniestra historia).

Liberar a América Latina de esa tara inveterada que son el machismo y la homofobia —las dos caras de una misma moneda— será largo, difícil y probablemente el camino hacia esa liberación quedará regado de muchas otras víctimas semejantes al desdichado Daniel Zamudio. El asunto no es político, sino religioso y cultural. Fuimos educados desde tiempos inmemoriales en la peregrina idea de que hay una ortodoxia sexual de la que sólo se apartan los pervertidos y los locos y enfermos, y hemos venido transmitiendo ese disparate aberrante a nuestros hijos, nietos y bisnietos, ayudados por los dogmas de la religión y los códigos morales y costumbres entronizados. Tenemos miedo al sexo y nos cuesta aceptar que en ese incierto dominio hay opciones diversas y variantes que deben ser aceptadas como manifestaciones de la rica diversidad humana. Y que en este aspecto de la condición de hombres y mujeres también la libertad debe reinar, permitiendo que, en la vida sexual, cada cual elija su conducta y vocación sin otra limitación que el respeto y la aquiescencia del prójimo.

Las minorías que comienzan por aceptar que una lesbiana o un gay son tan normales como un heterosexual, y que por lo tanto se les debe reconocer los mismos derechos que a aquél —como contraer matrimonio y adoptar niños, por ejemplo— son todavía reticentes a dar la batalla a favor de las minorías sexuales, porque saben que ganar esa contienda será como mover montañas, luchar contra un peso muerto que nace en ese primitivo rechazo del “otro”, del que es diferente, por el color de su piel, sus costumbres, su lengua y sus creencias y que es la fuente nutricia de las guerras, los genocidios y los holocaustos que llenan de sangre y cadáveres la historia de la humanidad.

Se ha avanzado mucho en la lucha contra el racismo, sin duda, aunque sin extirparlo del todo. Hoy, por lo menos, se sabe que no se debe discriminar al negro, al amarillo, al judío, al cholo, al indio, y, en todo caso, que es de muy mal gusto proclamarse racista.

No hay tal cosa aún cuando se trata de gays, lesbianas y transexuales, a ellos se los puede despreciar y maltratar impunemente. Ellos son la demostración más elocuente de lo lejos que está todavía buena parte del mundo de la verdadera civilización.

Fuente: El País

lunes, 2 de abril de 2012

El Desborde Ideológico y la ¿crisis de la choledad?

El Desborde Ideológico y la ¿crisis de la choledad?

Escribe: Raúl Rosales León / Militante de Constructores Perú

El pasado miércoles fui testigo de la presentación del libro del antropólogo Matos Mar titulado “PERÚ, Estado Desbordado y Sociedad Nacional Emergente” en donde se habló sobre la nueva peruanidad, el Otro Perú, tradición milenaria, la migración, la crisis del Estado, el cambio de rostro urbano de Lima, los barrios, los emprendedores, la sociedad emergente, entre otros. Si bien estos indicadores sustentaban y afirmaban la conformación de una sociedad chola, me llamó la atención que el concepto de “cholo” brillara por su radical ausencia en el evento. Por este motivo, el objetivo del presente artículo es reflexionar sobre las coordenadas ideológicas del texto de Matos Mar para deconstruir su propuesta política de una sociedad nacional emergente.

El primer paso es salir del “sentido común” que representa al texto de Matos Mar como algo exclusivo al mundo académico. Sólo entre doctores se entienden y entre ellos se aplauden. Debo decir que fue todo lo contrario, porque el texto desbordó lo académico para entrar al campo político. Este punto quedó aclarado cuando el autor en su discurso señaló explícitamente que su obra tiene como objetivo convencer a la clase política. Se deduce que él no quiere convencer a la comunidad académica porque Matos tiene ganada una gran trayectoria profesional como investigador y, a la vez, un reconocimiento a nivel internacional. El reto para él es político, el texto es didáctico para el gran público desbordado, con la intención de explicar la historia corta del Perú: 1940-2010 y legitimar su propuesta política de país.

El peso político del texto hace descuidar algunos aspectos académicos que señalaré a continuación. Matos Mar no toma en cuenta diversas investigaciones de otros científicos sociales y estudiosos en la materia que aportaron conocimiento para entender el mismo fenómeno. Tenemos en la lista a progresistas y liberales como por ejemplo: “El proceso de choloficación” de Aníbal Quijano, “De invasores a ciudadanos” de Degregori, Lynch y Blonded, “Caballo de Troya de los invasores” de Golte y Adams, “Nuevos Limeños”, Portocarrero, “Informalidad” de Hernando de Soto, “Lima Conurbana” de Arellano, “Emprendedor” de Guerra Garcia, entre otros. La ausencia del diálogo académico se ratifica en el libro desbordado porque no existe “bibliografía”, algo que es fundamental dentro del canon de la investigación social, sólo aparecen algunos autores en pies de páginas como referencia. Lo académico fue desbordado por lo político.

Con respecto al discurso político elaborado por Matos Mar su texto tiene como fundamento el relato de la histórica tensión entre El Perú Oficial (PO) y El Otro Perú (OP). El trauma nacional empezó en la Conquista Española y la Colonia en donde se estructuró dos repúblicas: españoles e indios. La vida republicana acentuó las diferencias y brechas sociales en donde la dualidad estructural, política, cultural y social no permitió la construcción de una nación, sino una sociedad fragmentada entre criollos limeños y provincianos. Matos Mar narra la solución al problema a través de una gesta heroica denominada “migración del campo a la ciudad” en donde se surge un actor social “el migrante” como protagonista de la nueva historia que va a superar la barrera dicotómica. La dialéctica de la dualidad (PO – OP) logra su histórica síntesis cuando El Perú Oficial es desbordado por El Otro Perú para hacer surgir la nueva sociedad nacional emergente.

En la parte final del texto Matos Mar acentúa el carácter épico del discurso histórico del actor social emergente: “La marcha de millones de provincianos del Otro Perú ha sido apasionante y gigantesca, salieron de sus pueblos buscando bienestar, presencia y reconocimiento en la vida nacional” (2012:569). Este reconocimiento tiene que ver con la representación política que debe articular las demandas y necesidades de quienes fueron excluidos, pero que ahora son los protagonistas de la nueva historia corta del Perú. Por este motivo, existe la meta política pendiente, que según Matos Mar se basa en lograr el Buen Gobierno para realizar los cambios estructurales que inserte a la sociedad emergente (competitivamente) en el mundo globalizado.

Si bien lo narrado por Matos Mar suena como lo “correctamente político”, es necesario retornar al campo de la deconstrucción académica para analizar las coordenadas ideológicas que contextualizan la elaboración y propuesta del modelo de sociedad nacional emergente. La historia corta del Perú narrada por Matos Mar se inició con la toma de la ciudad de Lima por el Otro Perú en la década de 1940 (barriadas), y es partir de la década de los noventas en donde se desarrolla el proceso de consolidación de la nueva sociedad emergente (Lima Norte, Este y Sur). El mayor éxito de los nuevos limeños, El Otro Perú emprendedor, sucedió en los últimos 20 años de vida republicana, es decir, en plena hegemonía y aplicación del modelo neoliberal. Se podría estructurar la siguiente ecuación explicativa: a mayor neoliberalismo, mayor éxito de la sociedad emergente.

Pero el éxito de los últimos 20 años de la historia corta del Perú descrita por Matos Mar se contradice en su texto cuando en el capítulo 3 “Lima La Plural: 1990-2010” él analiza la relación entre el Estado Neoliberal y el Otro Perú. Al principio tiene una visión crítica radical del neoliberalismo de la década de los noventas: desmontó el Estado, expropiaciones de empresas públicas, flexibilización del mercado laboral, modelo económico excluyente, entre otros. Luego Matos Mar entra en una posición ambigua cuando él señala que el nuevo modelo de Estado ratificó a los integrantes del Otro Perú la condición ciudadana ganada, pero a semejanza de sus predecesores, no fue capaz de satisfacer sus demandas urgentes. Y finaliza con una imagen positiva, que pese a sus reservas a las formas autoritarias de Fujimori, los gobiernos de Alejandro Toledo y Alan García mantuvieron el modelo neoliberal y lograron la dinamización de la economía, la suscripción del TLC con los Estados Unidos y la bonanza de los precios internacionales que aumentaron los ingresos fiscales.

Por una parte Matos Mar afirma que el Estado neoliberal no resuelve los problemas con sus programas económicos ortodoxos, pero por otro lado manifiesta un desafío para la segunda década del siglo XXI: “O asumimos el reto de aprovechar la feliz coyuntura económica, política y social o volvemos a perder la oportunidad” (2012: 550). La contradicción de Matos Mar se centra en su texto porque es un crítico del neoliberalismo que finalmente ha proporcionado una “feliz coyuntura”. Esta es la ventana de oportunidades que la clase política e intelectual debe entender para hacer los cambios estructurales que necesita la sociedad nacional emergente. Por este motivo, Richard Webb, en su calidad de comentarista del texto, reflexionó sobre la ventaja de tener un “Estado débil” porque éste fue necesario para el desborde popular. De lo contrario el Otro Perú continuaría discriminado y excluido por el Perú Oficial. La visión ideológica liberal de Webb confluye con la narrativa emergente de Matos Mar, en donde la aplicación histórica del modelo neoliberal coincide con el proceso histórico de consolidación de la nueva sociedad peruana en una coyuntura feliz.

El desborde ideológico (neoliberal) de Matos Mar se manifestó más allá del texto publicado, en una entrevista con la periodista Rosa María Palacios. Ella le preguntó ¿Usted ya no cree en el Estado de Bienestar? Matos Mar dijo “No, cada quien debe ganarse la plata trabajando, de su esfuerzo”. Esta respuesta forma parte del discurso ideológico liberal, es decir, la prevalencia del individuo frente al colectivo, que la entrevistadora había captado en instantes de segundos, Palacios continúo de forma sorprendida “Doctor, usted se ha convertido en un liberal a la vejez”, el antropólogo respondió “es que esa es la única manera, es el único camino”. Para Matos Mar Otro Mundo no es posible.

Esta respuesta puede interpretarse con las teorías críticas contemporáneas (Fredic Jameson) que afirman que la hegemonía cultural del neoliberalismo produce un nuevo imaginario social: que ya nadie considere seriamente alternativas posibles al capitalismo global. http://www.observacionesfilosoficas.net/elespectrodelaideologia.html. Según Slavo Zizek las industrias culturales como el cine producen que la imaginación popular se encuentre perseguida con imágenes constantes del eminente colapso de la naturaleza, una catástrofe mundial o el fin del mundo, en vez de visualizar un modesto cambio en los modos de producción del capitalismo. La ideología es clara, la única forma de acabar con el capitalismo es destruyendo el mundo, por ende, mientras estemos con vida, sólo existe un único camino. Matos Mar lo confirma con la coyuntura feliz del neoliberalismo en el Perú.

Ese único camino comprendió la aplicación del modelo neoliberal de los últimos 20 años que posibilitó la sociedad emergente y el éxito de los peruanos emprendedores. Esta lógica ideológica de Matos Mar coincide con los pensamientos liberales de Hernando de Soto, Arellano y Guerra García quienes señalaron el peligro de la presencia del Estado y los beneficios del mercado. El cambio del modelo estructural del Estado consolidó el escenario del capitalismo y emprendimiento popular. El neoliberalismo también desbordó el Estado. Por esta razón, el slogan político “El Perú Avanza” del aprismo neoliberal fue realidad para el Otro Perú emergente, dentro de la propuesta histórica de Matos Mar.

El desborde ideológico también abarcó el campo cultural identitario nacional. La propuesta identitaria de Matos Mar comprende al actor emergente y emprendedor, pero no toma en cuenta al cholo. Resulta un poco extraña la ausencia conceptual de cholo, luego de ser testigos del Coloquio Lo Cholo en el Perú organizado por la Biblioteca Nacional, liderado por Hugo Neira que entre los años 2006 y 2008 representó el más vasto de los foros sobre las culturas nuevas de actividad urbana, política, social y cultural, siendo el significante central lo “cholo”. Y Matos Mar también participó de mencionado coloquio, siendo publicado en el segundo tomo como uno de los principales referentes de la choledad peruana. Aun así el concepto cholo entró en crisis conceptual para el nuevo Perú emergente.

Pareciera que la propuesta de nueva identidad (emergente-emprendedora) entrará en un proceso de blanqueamiento conceptual para tener una mejor aceptación de la sociedad. Ayer cholo, hoy emergente-emprendedor. Corresponde señalar que el blanqueamiento es una estrategia subalterna de superación de las barreras de una sociedad racista como la peruana. Si bien Matos Mar habla enérgicamente que el Perú Oficial discriminó y excluyó estructuralmente (económico, social y político) al Otro Perú, no hace explícito el tema del “racismo”. Según Wilfredo Ardito “negar la existencia del racismo constituye un mecanismo de defensa, muchos peruanos creen que podrían enfrentar las otras causas de discriminación: pueden mejorar su posición económica, cambiar su ubicación geográfica o incorporar patrones culturales occidentales, y de esta manera evitar ser discriminados”. La negación del racismo ocurre con la peruanidad emergente narrada por Matos Mar que desbordó el Estado Oficial para mejorar su posición económica (emprendedores), su ubicación geográfica (la migración) e incorporó patrones culturales occidentales (modernidad y globalización) para evitar ser discriminados.

Se puede rastrear la crisis conceptual de lo cholo y la ausencia del problema del racismo en el texto por medio de la autobiografía del autor. En el Capítulo 1 “Derrumbe del Orden Tradicional sin Modernización” aparece los datos de la vida de Matos Mar quien nació en Cora Cora (capital de la provincia de Parinacochas) en el departamento de Ayacucho y que había migrado a la ciudad de Lima en el año 1929. Su familia se alojó en el Cercado de Lima, en los Barrios Altos (capital del criollismo) en la calle la Huaquilla 133 en cuya esquina se encontraba la Peña Horadada y la Plaza Italia. En la vida cotidiana de barrio el autor del desborde popular era conocido por sus vecinos como el Cholo Matos. En este pasaje del libro (de 564 páginas) aparece por única vez el significante “cholo” como un adjetivo de su apellido para identificar al niño ayacuchano. Pero si tomamos el contexto histórico y cultural del significante cholo se puede deducir que éste significante tenía un significado peyorativo, negativo y racista: el cholo como el Otro no limeño, migrante, indio que viene de la provincia. Ese fue el significado de cholo que Matos Mar había experimentado en su niñez como migrante ayacuchano que vivía en la capital. Lo cholo como adjetivo descalificativo y racista es afirmado por Matos Mar en una entrevista realizada últimamente con Jaime de Althaus (24-03-2012) en donde el autor del desborde popular sostiene la propuesta de una “sociedad plena” para dejar de lado los conceptos de cholo, indio y serrano. Como se puede observar la carga peyorativa de cholo se mantiene aunque pase los años.

La negación del concepto cholo nos remite a la reflexión de Víctor Vich quien analiza la canción popular “Cholo soy y no me compadezcas” (de Luis Abanto Morales), en donde él señala que la letra de la canción representa como el discurso del poder que ha nombrado al Otro y ha terminado por constituirlo como un sujeto inferior. Ser cholo es sinónimo de indio, de pasado, subalterno. Esta visión de lo cholo (como inferior) solo comprueba, según Vich, la eficaz interiorización de definiciones que el subalterno (cholo) ha hecho de sí mismo dentro del marco del discurso colonizador. Por este motivo, la preferencia de Matos Mar por lo emergente y emprendedor que es resignificado como ciudadano y moderno, con una proyección de futuro en el proceso de globalización.

Ante la pregunta del Partido Político Constructores Perú ¿Cholo de mierda o Cholo power?

http://podercholo.blogspot.com/ se puede decir que el nuevo texto de Matos Mar niega el concepto de “cholo” bajo la lógica del desborde ideológico en donde todos somos emergentes y emprendedores. Todavía las puertas del debate no se encuentran cerradas, ni existen verdades canónicas. Desde mi punto de vista el concepto de cholo es un significante vacío (Ernesto Laclau) cuyo significado se encuentra en una lucha pública, batalla ideológica, con diferentes interpretaciones. Este fue el caso del Coloquio lo Cholo en el Perú que apostó por resignificar el concepto de cholo como positivo (power) para la sociedad o últimamente el documental Choleando en donde pone en tela de juicio el problema del racismo del Perú. La idea es seguir acumulando estrategias con democracia y diálogo social para la construcción de una República de Ciudadanos/as.

Fuente: República de Ciudadanos