Miedos urbanos
Escribe: Jorge Bruce
El mayor éxito de los promotores de la revocatoria ha consistido en
concentrar el inmenso malestar de vivir en una urbe tan problemática como Lima
en la persona de la alcaldesa, Susana Villarán. Paradójicamente, esta tarea se
ha visto facilitada por el serio intento de reforma del transporte, que implica
chocar con los intereses de mucha gente, entre los cuáles se incluyen usuarios
que temen salir perjudicados. Así, una persona que acude a mi consultorio desde
un barrio alejado del mismo, utilizando el transporte público, el mismo al que
debe recurrir para transportarse a la universidad donde estudia, me dice su
fastidio porque cierta línea de combis ya no pasa por la puerta de su casa.
Como consecuencia se niega a usar el metropolitano, pues le parece una
imposición autoritaria del municipio de Lima.
Este es solo un ejemplo y ciertamente se podrían citar muchos en
sentido contrario, de usuarios profundamente insatisfechos con el maltrato de
las líneas que recorren las calles de la capital actualmente, muchas veces en
condiciones execrables. Pero el hecho es que existe un temor a ese cambio de un
transporte informal e indigno, en pro de uno de mucho mejor calidad pero que
podría tener un número significativamente menor de líneas y un costo mayor al
actual.
Esta versión de más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer,
constituye un temible desafío para quien pretenda esa impostergable tarea de
modernización y racionalización del caótico, violento y anómico sistema de
transporte limeño. En este como en otros de los trabajos hercúleos que requiere
con urgencia nuestra ciudad, la alcaldía se enfrenta, pues, en primer lugar a
los temores de habitantes que se aferran a lo que ya tienen y ven con angustia
el proceso de cambio.
Preciso es decir que así como los revocadores, pese a todas las
evidencias de sus turbios intereses, han logrado capitalizar esta inquietud,
del lado del municipio no se ha evaluado a tiempo el riesgo que esto suponía.
Tengo la impresión que se asumió que las buenas intenciones que animan el
proyecto iban a suscitar la entusiasta adhesión de una mayoría de vecinos. En
otras palabras, se subestimó el apego de los habitantes de Lima a un sistema
que conocen y al cual se han habituado, pese a las deplorables condiciones
mencionadas. Lo cual se puede hacer extensivo a todo el proyecto municipal. Una
cosa es aumentar la seguridad con personal y equipos, o bien mejorar el sistema
de recojo de basura, lo cual no supone ningún riesgo para los vecinos, todo lo
contrario, y otra muy distinta es romper un mecanismo que, mal que mal,
transporta a los ciudadanos. Como señala Martín Tanaka en La República del
domingo 25 de Noviembre, quiénes sí ven la reforma del transporte público como
un beneficio incuestionable son quienes no lo usan.
Ahora bien, estos grupos inescrupulosos que ya conocían este
temperamento mayoritario por haberse dedicado, durante el periodo previo,
exactamente a realizar únicamente aquellas obras que no pisaran callo alguno,
supieron detectar estos miedos y desconfianzas. Luego echaron mano de un
mecanismo que claramente no está cumpliendo su cometido, como es el de la
revocatoria. Es clarísimo que este extremo democrático debería ser recurrido
cuando se encuentran evidencias de corrupción o algún otro abuso –lo que
ocurrió por ejemplo con el caso Comunicore- y no sencillamente porque quienes
perdieron la elección lo saben aprovechar. Esto es lo que Tzvetan Todorov llama
en su último libro los enemigos íntimos de la democracia.
La propia democracia segrega estos venenos en su seno, los cuales
amenazan su supervivencia: “La democracia está enferma de su desmesura: la
libertad se convierte en tiranía, el pueblo se transforma en masa manipulable,
el deseo de promover el progreso se transforma en espíritu de cruzada.”
En este como en otros de los trabajos hercúleos que requiere con
urgencia nuestra ciudad, la alcaldía se enfrenta, pues, a los temores de
habitantes que se aferran a lo que ya tienen y ven con angustia el proceso de
cambio.
Los revocadores constituyen, a mi entender, un ejemplo clarísimo de
esos enemigos íntimos. Como Movadef, se insertan en las grietas del
funcionamiento de la sociedad para pervertir su sentido. Para ello se requiere,
es cierto, la preexistencia, como dicen las compañías de seguros cuando no
quieren cubrir una dolencia que existía antes de contratar la póliza, de un
malestar como el arriba mencionado. Esta conjunción es temible. Si no
existieran esas resistencias al cambio, y la urgencia de reformas en aspectos
cuyos beneficios aprecien de inmediato, sin los costos de asuntos como La
Parada, los revocadores no podrían haberse salido con la suya. Que para ello
hayan debido contar con la mediocridad y quizás algo peor de organismos como el
JNE, es parte de la ecuación irresponsable y destructiva que hoy tiene a Lima
en jaque. Porque no nos engañemos: el destino de la alcaldesa y los regidores
es secundario respecto de la magnitud del daño que le haría a la ciudad el
triunfo de ese proyecto, apenas velado, de retorno de la corrupción al palacio
municipal. A lo cual conviene agregar el tiempo perdido y la consecuente
paralización de las obras emprendidas.
No obstante, todavía no hemos llegado a ese punto. Ya se observa la
conformación espontánea de una coalición variopinta de personas e instituciones
que rechazan este intento de inyectar curare a la ciudad, para inmovilizarla y
poderla devorar con tranquilidad. Pero esta conjunción no es suficiente. Ahora
hay que revertir una tendencia que parece ser muy difícil de voltear, dadas las
cifras que circulan y el poco tiempo del que se dispone.
Lo interesante del proceso es que no podía haber una señal de alarma
más clara y resonante de los puntos ciegos de la gestión actual. Ahora resulta
evidente la falta de apoyo de la mayoría de vecinos, quienes no parecen haberse
reconocido en el discurso de las nuevas autoridades municipales, ni en su plan
que no conocen y del cual desconfían, tal como lo indica la reciente encuesta
de GFK. Este signo de los tiempos es el que estos personajes inescrupulosos sí
supieron identificar para sus intereses venales.
En el poco tiempo que resta, de continuar las cosas tal como se
encuentran ahora, sería indispensable ajustar esa mala sintonía, al mismo
tiempo que se denuncian las torvas intenciones de quienes impulsan esta
regresión a tiempos oscuros en el manejo de la ciudad. Pero acaso el primer
punto sea prioritario. Esto supone no solo un esfuerzo de comunicación de lo
realizado, lo cual ya está ocurriendo, sino un ejercicio de reflexión
autocrítica en torno a esos puntos ciegos y esa confianza un tanto ingenua en
que era suficiente con pretender una gestión limpia, al servicio de la
comunidad, para que la ciudadanía se sienta representada y comprendida. Está
claro que conducir de manera honesta los asuntos municipales es insuficiente.
Una ciudadanía cuya compleja composición responde de maneras muy distintas a
las intenciones de las autoridades, exige un trabajo de mapeo minucioso de las
múltiples demandas y expectativas que la animan. La eficiencia se mide también
en función de la capacidad de tener clara esa complejidad, pues de lo contrario
las frustraciones y temores serán el caldo cultivo que buscan –y encuentran-
quienes propician el caos para recuperar el botín de las arcas municipales.