Vestida y alborotada
Escribe: Patricia del Río
Es terrible prepararse para un evento y terminar en otro. Hasta ahora
recuerdo, con gracia, haberme topado con un hombre disfrazado de payaso y otro
de Pedro Picapiedra, que discutían en medio de la calle porque habían chocado
mientras se dirigían a alguna fiesta de Halloween. No me puedo ni imaginar lo ridículos
que se les debe haber visto pasando el dosaje etílico y yendo a la comisaría en
esas fachas.
Cuando pienso en Keiko Fujimori, no puedo evitar evocar ejemplos como
ese. Se preparó para ser presidenta del Perú, formó una lista parlamentaria en
la que abundaban los invitados, advenedizos y entusiasmados para demostrar
pluralidad, se deshizo de sus rostros más fuertes, desautorizó a su hermano,
borró la foto de su padre de todos sus carteles publicitarios, se paseó de la
mano de su madre y tuvo palabras amables con las víctimas de las esterilizaciones…
y no salió elegida. Se produjo para celebrar una fiesta de Año Nuevo y terminó
asistiendo a un velorio.
Y se le nota el desconcierto, pues. Se nota que no tenía un plan para
ser la mayor oposición del país. Es evidente que como candidata logró construir
un perfil sólido, pero como lideresa de la primera bancada del parlamento
nacional no da mayores luces. La última aparición en público que le recordamos
fue esa famosa presentación, con todos sus congresistas, en la que molestísima
y con el ceño fruncidísimo amenazaba no hacérsela fácil a PPK. Pero después
desapareció y hasta ahora parece incapaz de asumir el reto que su derrota le ha
impuesto, porque más allá del hecho de que Keiko se haya quedado con vestido de
bobos y sandalias doradas en medio de un drama, está el hecho fundamental de
que hay 73, perdón 72, congresistas de Fuerza Popular en el Congreso. Y eso
quiere decir que hoy, como nunca antes, el partido naranja tiene en sus manos
la posibilidad de emprender la reforma del Estado que el Perú necesita para
seguir creciendo. Por primera vez en los últimos 25 años, el fujimorismo tiene
la oportunidad de oro de demostrar que son capaces de hacer en democracia, lo
que Alberto Fujimori consiguió con una dictadura.
Sin embargo, en lugar de aprovechar la coyuntura para impulsar los
cambios fundamentales, o de afianzar la lucha contra la corrupción, o liderar
un Congreso responsable lo que vemos hasta ahora es patético: se va Vilcatoma,
demostrando que sus aliados eran producto del oportunismo, colocan al frente de
la Comisión de Fiscalización al impertinente de Héctor Becerril, hacen una
feria con el pedido de facultades mandándolos a diez comisiones para consulta,
y se niegan a darle más herramientas a la UIF para combatir el delito de lavado
de activos. Y mientras todo este desmadre ocurre, la señora Fujimori brilla por
su ausencia. Se mantiene escondida para que no se le note que se quedó vestida,
alborotada y muy desconcertada.
Fuente: El Comercio
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