La pasta dental se salió del tubo
Escribe: Carlos Basombrío
Como era previsible, luego del súbito cambio de opinión del Jurado
Especial de Lima sobre la candidatura de Guzmán, que en primera instancia había
ido en contra de la decisión previa del Jurado Nacional de Elecciones, este
último decidió sacar de contienda al partido de la ola morada.
Ha sido el más reciente de los capítulos de un desastre anunciado, que
pone en tela de juicio la credibilidad de las elecciones peruanas. Y, ojo, no
estoy diciendo que esto haya ocurrido porque salió Guzmán y no estoy
mencionando la palabra fraude. El desastre habría sido el mismo, pero con otros
actores como protagonistas de la denuncia, de haber sido opuesto el resultado;
es decir, si se quedaba Guzmán.
A lo largo de los años, mientras la economía crecía como la espuma, los
peruanos, en su inmensa mayoría, sabían que este sistema político no daba más;
que el desprecio a la clase política y a sus instituciones era mayúsculo y que
algo tenía que cambiar urgentemente para que pudiese durar.
Los actores económicos, embelesados por un crecimiento de locura, que
se asemejaba al producido por el amor entre Petra Cotes y Aureliano Segundo,
donde todo se reproducía a velocidades de vértigo, sabían del problema, pero
miraron al costado. Los partidos políticos siguieron ocupándose de sus pequeñas
preocupaciones (la mayoría de las veces, creando grandes dolores de cabeza y
mayor descrédito) y miraron al costado de todos los reclamos por reformar el
sistema político.
No es que per se la reforma podía cambiar la dirección 180°, pero al
menos podía haber ayudado a contener al monstruo y, quizás, hasta empezar un
círculo virtuoso en estas elecciones. La propuesta de las tres instituciones
electorales no abordaba aspectos realmente de fondo, pero sí muchos de
procedimiento que hacían más sensata la lógica del proceso electoral y de la
vida de los partidos. Ayudaba algo a mejorar la democracia interna, hacía más
potentes los controles sobre penetración del dinero criminal en la política,
hacía más inteligentes los procesos y razonables los plazos, etc.
Con soberbia digna de mejores protagonistas, los congresistas,
reclamando la majestad del Parlamento, se negaron a discutir estas reformas
reclamando autonomía y, muy a disgusto, aceptaron hacer unos cambios tardíos
que, en la mayoría de los casos, enredaron más los procesos. Ollanta Humala no
quiso estar ausente en el desastre y demoró lo más posible la aprobación de la
Ley de Partidos Políticos, lo que creó, incluso, incertidumbre sobre qué ley
debía regir el proceso. Y, al final, los propios jurados electorales, con
razonamientos alambicados, ambiguos, tardíos y contradictorios, terminaron de
generar este ambiente en el cual la palabra ‘fraude’ es creíble para muchos.
Los que hoy claman fraude recurren al argumento de la primacía
constitucional y el derecho a la participación política que impide sacar de
contienda a un candidato contra la voluntad de muchos electores. Unos pocos lo
hacen inspirados por principios y la gran mayoría por conveniencia. Guzmán
había crecido a tal punto de colocarse segundo y, en al menos dos encuestas,
parecía que podía derrotar a Keiko Fujimori en segunda vuelta. Cualquier
argumento jurídico era bueno para sostener aquello que se deseaba
políticamente.
Al otro lado ocurría exactamente lo mismo: hay que respetar las leyes
hasta al milímetro o te vas. Por qué van a exigir a unos partidos lo que no se
les exige a otros. Si quieren participar, tienen que estar preparados y
demostrar su capacidad institucional. La ley está por encima de cualquier
consideración. Unos pocos bienintencionados lo dijeron por convicciones. La
gran mayoría lo usó como disfraz de su objetivo de bajarse a alguien que, al
subir, había taponeado la posibilidad de 10 otros que querían ocupar su lugar.
Como ganó la segunda tesis, son los segundos los que están incendiando
la pradera. El problema es que ya la hierba está seca desde hace mucho tiempo y
es fácil hacerlo. La figura que más me ha gustado para graficar este problema
se la debo a Patricia del Río, que en una entrevista de TV la usó y desde ahí
me la he apropiado. Pasara lo que pasara con la decisión sobre Guzmán, dados el
momento político en que ocurrió y los intereses que la rodeaban, ya la pasta se
había salido del tubo. Nada podrá hacer que regrese a su lugar, el daño está ya
hecho.
Agregaría que, por las razones expresadas al inicio, ya quedaba poca
pasta de dientes en el tubo de la legitimidad de la vida política peruana. El
descrédito del sistema político, ya antes de todo esto, llegaba a niveles
inusitados.
Pero lo peor no ha terminado. Hoy muchos saltan sobre el tubo
reclamando fraude y tratando de expulsar lo poco de dentífrico que queda. Son
quienes han convertido el que no salga elegida Keiko en el único punto de su
agenda política. (En un ejercicio de transparencia para beneficio de los lectores,
para que sepan desde dónde opino, yo también pienso que, por muchas razones,
sería una desgracia para el Perú que la hija de Alberto Fujimori nos llegara a
gobernar, pero a la vez siento que debemos conseguirlo sin terminar de tirar
abajo lo poco que queda de la esperanza de lograr una institucionalidad
democrática en los próximos años).
El problema muy pronto se autonomizará de Guzmán, que solo es el
vehículo del descontento y de los opuestos intereses en juego. Es un personaje
efímero que creyó que su subida en las encuestas era por sus grandes talentos,
no dándose cuenta de que simplemente era la expresión momentánea de la búsqueda
de lo nuevo. Guzmán ya importa poco e importará menos en las siguientes
semanas.
En la teoría del fraude, hay un complot de Alan García por sacar a los
rivales para ser él quien termina enfrentándose con Keiko. En otra versión, es
directamente el complot de Keiko Fujimori para asegurarse el triunfo. Por
supuesto está también la versión que une en esto a Alan, Fujimori y Montesinos.
Hay, incluso, los que sostienen que es un complot de Nadine para que todo se
deslegitime y, de alguna manera, ello los beneficie. Estoy seguro de que entre
nuestros lectores habrá más teorías o variantes de ellas, pero todas coinciden
en que se puede mover como títeres a los miembros del Jurado para fines torvos.
No me la juego por la defensa del Jurado Nacional de Elecciones, hay personajes
oscuros entre ellos, pero creo que se requiere algo más que sospechas para
asegurar algo tan grave y tan definitivo.
Y se vienen nuevos tests que pondrán a prueba a jurados ya totalmente
desacreditados. Vladimiro Huaroc, Kenji y Keiko Fujimori están investigados por
donaciones ilegales en campaña electoral. Muchos otros fujimoristas, en
distintas regiones del país, han sido fotografiados haciendo lo mismo, dando
cuenta de que en este caso se aplica aquello de la gallina que come huevo,
aunque le quemen el pico.
El caso de Huaroc es incluso más evidente que el del inefable Acuña. Ni
siquiera el oficialismo fujimorista lo defiende. Me inclino a pensar que la
filtración del video viene de dentro, de los fujimoristas ortodoxos que no
aceptan a este tránsfuga en sus filas. Pero los casos de Keiko y Kenji son
también bastante serios.
El problema es que el Jurado Nacional de Elecciones, al haber decidido
que la aplicación de la ley debe ser milimétrica, ha creado una papa caliente
imposible de manejar. ¿Cabe la posibilidad de que saquen a la plancha
fujimorista de carrera? Sería un terremoto que, al sumarse a lo ya ocurrido,
pondría fin al mero concepto de elegir.
¿Qué pasa si los deja? Pues se reforzará al extremo la percepción de
que se aplica la ley del embudo o, como ha dicho Guzmán, el “para mis amigos
todo, para mis enemigos la ley”. Es decir, sea cual fuese la decisión, se viene
otra chorreada del tubo dentífrico que contenía la legitimidad del resultado,
cuando en este ya casi no quedaba nada. Esta complicada encrucijada va a marcar
los próximos diez días: o sea, los electores llegaremos al 10 de abril con un
ánimo perturbado, sea cual fuere la decisión que se tome.
¿Qué puede hacer el periodismo en una situación así? Bueno, una parte
de la prensa ya tomó la decisión de ser parte de alguno de los dos polos
enfrentados. Pero estoy refiriéndome a los que, y hay varios medios en ello,
tratan de hacer periodismo serio, en medio de esta pelea de pulpos, donde no
hay ganadores.
Recordemos que, para complicar las cosas, los candidatos chicos
decidieron deslegitimar las encuestas y a los diarios que las publicaban para
tratar de explicar por qué les va tan mal hasta ahora. En el más leve de los
casos, diciendo que se equivocan o que los perjudican a ellos, pero los que
tienen mayor desparpajo acusan de fraude a las encuestadoras y, de refilón, a
los diarios en que se publican. Es decir, meten mucho más gasolina al fuego del
incendio de la desconfianza en todo y en todos.
Lo que ha sucedido con Perú21 es paradigmático. El día que publicó la
encuesta en la que Guzmán salía con 18% coincidió con la discusión en el Jurado
Nacional de Elecciones sobre si Guzmán se quedaba o se iba. Se explicó, pero
sin convencer a muchos, que el diario estaba publicando lo que había encontrado
y no tenía segundas intenciones. Que se enteró de esa subida al ver la encuesta
y decidió mantener la fecha de publicación, prevista con muchas semanas de
anticipación, independientemente del efecto político que tuviera. Que optaba
por hacer periodismo y no política.
Pocos quisieron escuchar y se acusó a Datum de falsear los datos
señalando que era imposible que Guzmán tuviera ese porcentaje y que Perú21 era
parte de una conspiración para evitar que lo saquen del proceso. Se habló
incluso de millones en juego para que eso ocurriera. Por supuesto, ninguno se
desdijo cuando todas las demás encuestadoras encontraron lo mismo en los días
siguientes. Peor aún, ahora se acusa al diario de lo opuesto, a saber, ser
parte de la “conspiración de los medios concentrados para sacar a Guzmán” de
campaña.
¿Es posible revertir esta situación de incredulidad generalizada que
arrastra a los medios, incluido Perú21? Creo que es imposible. Es tal el clima
existente de desconfianza, apasionamiento, intereses en pugna e incluso
mentiras descaradas, que se haga lo que se haga, las percepciones no van a ser
alteradas en lo sustantivo.
¿Qué queda? Perseverar y ratificarse en los compromisos de pluralidad e
independencia en la cobertura de las elecciones. Hacerlo, aun cuando muchos de
sus lectores quisieran lo contario, que más bien el diario se alinee en uno de
los dos lados en pugna. Hay que seguir tratando de hacer periodismo y no
política a favor o en contra de alguna candidatura. Separar la línea
informativa de la línea editorial. Publicar todas las informaciones relevantes,
sin importar a quién beneficien o perjudiquen políticamente.
Sé que muy pocos lo van a reconocer ahora. Quizá algunos más luego de
que pasen las elecciones. Pero igual es una obligación de Perú21 hacerlo y, por
mi parte, sigo con el encargo de tomar todas las denuncias que me lleguen por
incumplimientos a esta política.
P.S.
Cumplo un año como defensor de lector. Vaya coyuntura en la que me ha
tocado ejercer la función. Pero aquí seguimos…
Fuente: Perú21
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