LOS FALSOS RECUERDOS SOBRE
BELAÚNDE
Escribe: Wilfredo Ardito Vega
Ayer, 7 de octubre, fue el centenario del nacimiento de Belaúnde, en
homenaje al cual se vienen convocando concursos escolares, exposiciones
fotográficas y otras actividades conmemorando a un mandatario recordado por la
afirmación de los valores democráticos, pero criticado por su debilidad frente
al terrorismo.
Es curioso que esta versión esté tan extendida, puesto que durante el
régimen de Belaúnde las violaciones a los derechos humanos tuvieron un carácter
sistemático e indiscriminado, causando la muerte de miles de campesinos
ayacuchanos. No se salvaron los pastores
evangélicos de Huaychao, quienes predicaban que los senderistas seguían los
mandatos del demonio, ni los niños de Putis, asesinados con sus padres y
enterrados en la fosa que ellos mismos habían sido obligados a cavar. En Umasi, las víctimas fueron decenas de
escolares secuestrados por los senderistas y los militares violaron a las niñas
antes de matarlas.
De hecho, las violaciones de campesinas por policías y soldados eran
durante el gobierno de Belaúnde un hecho rutinario y en aquellos años, el Perú
ostentaba además el trágico primer lugar en desaparecidos a nivel mundial,
superando a Guatemala, Irán o China.
Sin embargo, pese al clamor internacional, Belaúnde se jactaba de que
arrojaba “al tacho de basura” las cartas de Amnistía Internacional, hablando
como si fuera un dictador irracional.
A esto se añade, en 1983, el asesinato de los nueve periodistas y su
guía en Uchuraccay, a raíz de lo cual, nunca más la prensa se atrevió a salir
al campo. La masacre, por lo tanto,
resultó funcional a una estrategia contrainsurgente que no quería testigos
incómodos. Y también corrían peligros
los periodistas que permanecían en las ciudades: Jaime Ayala, corresponsal de
La República en Huanta, desapareció en las instalaciones militares de dicha
ciudad.
El régimen de Belaúnde otorgó protección legal a todos estos crímenes,
disponiendo que torturas, violaciones, desapariciones y ejecuciones
extrajudiciales fueran simples “delitos de función” que implicaban penas
mínimas.
A mi modo de ver, el recuerdo favorable sobre Belaúnde es parte de un
proceso en que los peruanos procuramos olvidar algunos recuerdos incómodos
sobre el periodo de la violencia política.
Ese pacto de olvido fue secundado por García y Fujimori, pues beneficia
naturalmente a quienes cometieron crímenes desde el Estado, sosteniéndose que
fueron “necesarios para derrotar al terrorismo”. En realidad, ninguna de las masacres
contribuyó a la derrota de los terroristas, sino a deslegitimar al Estado, que
en los años ochenta se comportó como un sanguinario ejército de ocupación en
Ayacucho
Otros grandes beneficiarios del pacto del olvido fueron los partidos
políticos, comenzando por Acción Popular.
Curiosamente, pese a que los dos gobiernos de Belaúnde concluyeron en el
más profundo descrédito, muchos jóvenes ahora creen que fueron gestiones exitosas.
Precisamente, un hecho de su primer gobierno permite comprenderlo
mejor: el bombardeo por la Fuerza Aérea de los matsés, un grupo indígena
amazónico, como parte del proceso de colonización que Belaúnde impulsaba. Yo
estoy convencido que para él los nativos amazónicos no eran ciudadanos peruanos
o al menos no en la misma categoría que su aristocrático entorno familiar. Por eso es que Belaúnde también avaló la
muerte de miles de campesinos, aunque no estuvieran involucrados en ningún
hecho de violencia, como precio que había que pagar para garantizar la
pacificación. Considero por ello que el
gobierno de Belaúnde era un régimen dual, como lo fue el de Sudáfrica durante
el apartheid: democrático para unos, pero autoritario y violento para otros, cuya vida no valía nada, fueran, mujeres,
niños pequeños o ancianos.
El pacto del olvido beneficia también a los cómplices de Belaúnde, es
decir a los buenos limeños que fueron indiferentes frente a los
crímenes... Aunque ellos no mataron a
nadie, su actitud encarna un problema totalmente actual: el racismo que les
permitía pensar que la vida de sus compatriotas no valía nada.
De hecho, mientras las dictaduras de Argentina y Chile secuestraban,
torturaban y asesinaban a los opositores políticos, el régimen de Belaúnde
actuaba de manera indiscriminada, tomando en cuenta sólo los rasgos
físicos. Los perpetradores ni siquiera
entendían a muchas de sus víctimas, porque no hablaban quechua. El racismo explica también los asesinatos
de bebés y niños pequeños, lo que ni siquiera hacían los militares argentinos,
pero sí los nazis. Eso sí, las masacres
de Ayacucho tienen un asombroso parecido con las ocurridas en los mismos años
en Guatemala. Al parecer, al racismo
existente en los ambos países contra la población indígena se suman los
lineamientos de la Escuela de las Américas.
Decir la verdad sobre el penoso régimen de Belaúnde y exigir justicia
para sus víctimas es una obligación de quienes queremos una sociedad
mejor. Para ello la sociedad peruana
tendría que aprender a ser menos racista, tendría que ver a los campesinos como
seres humanos… tendría que aceptar que su sufrimiento es inaceptable. ¿Será posible que lleguemos a tanto?
Fuente: Reflexiones Peruanas
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